Locos por la pizza congelada
El otro día me acerqué hasta el Lidl y lo encontré inusualmente abarrotado. Dos de las tres cajas estaban abiertas y en ambas había una cola considerable. Por primera vez en mucho tiempo, me tocó esperar un buen rato para poder pagar y volver a casa. ¿A qué se debía esta muchedumbre?
En cuanto miré a mis compañeros en la fila me di cuenta del motivo que había arrastrado a tanta gente hasta este super que suele estar solitario: una oferta de pizzas congeladas estilo americano.
Casi todos a mi alrededor iban cargados con cuatro cajas de pizza “american style”, el máximo que la oferta permitía por cliente, y en algunos casos se trataba de grupos que se habían puesto de acuerdo para poder comprar una mayor cantidad. Delante de mi, una señora con su padre utilizaba este truco para llevar a casa ocho cajas de pizza, en la fila de al lado, cuatro amigos se habían juntado para volver con un cargamento de 16 pizzas congeladas.
La verdad es que no salía de mi asombro dado que desconocía el amor de los daneses, o al menos de los habitantes de mi ciudad, por las pizzas congeladas. Un amor que los había llevado a acudir en masa, el primer día de la oferta, organizando grupillos para poder llevarse el mayor número posible de cajas a casa. ¿Tan deliciosas son estas pizzas?
No, no he caído en la tentación de las 8.47 kr (1.13 €) que cuesta cada unidad y no las he probado, pero mi experiencia me dice que se suele tratar de un masa que se queda demasiado tiesa después de pasar por el horno, una salsa de tomate y un queso rallado en cantidades insuficientes y unos ingredientes esparcidos para llenar la superficie sin llegar a conseguirlo.
Si descartamos la posibilidad de que estemos hablando de un manjar delicioso a precio de ganga, quizás la razón para que tantos se animen a comprar es lo simple que resulta en esos días de desgana, dónde no apetece ponerse ante los fogones ni para hacer una simple tortilla francesa, encender el horno, dejar caer dentro la pizza y esperar 20 minutillos para tener la cena lista. Claro que yo esos días prefiero llamar al pizzero, aunque me va a costar al menos cinco veces más, y así llevarme a la boca algo sabroso y con la mezcla de ingredientes que a mí me gusta.
No es la mejor solución, lo reconozco. Simplemente deberíamos sacudirnos la desgana y preparar una buena ensalada, una opción mucho más sana teniendo en cuenta que sólo un cuarto de las “american style” tiene 200 kcal y un 6% de lo que comemos es grasa pura. Mientras con una buena y simple ensalada mixta, obtendremos la mitad de calorías y una buena dosis de vitaminas, eso incluso contando con un aliño de aceite de oliva.
Hablando de ello con mi querida compañera de blog, Eva apuntaba que quizás el misterio detrás de la avalancha compra-pizzas es una simple cuestión publicitaria.
Recibimos el folleto en casa dónde con grandes letras nos hablan de un precio increíble, una oportunidad única que no podemos dejar pasar, una oportunidad tan exclusiva que “sólo” podemos comprar cuatro unidades de ella. Por supuesto, no nos lo queremos perder y vamos corriendo al supermercado a comprarlas antes de que se agoten. Y además nos llevamos al abuelo para que él coja otras cuatro y aprovechar al máximo el ofertón. Y volvemos a casa orgullosos de nosotros mismos cargados con un botín de ocho cajas de pizza que a duras penas caben en el congelador.
Recordaremos este día meses después, quizás ya no tan orgullosos, cuando abramos el cajón del congelador y veamos todavía esperando la última pizza hawaiana. Esa que durante tanto tiempo hemos evitado comer después de acabar hartos del “american style” de siete pizzas anteriores. Pero la abriremos, la empujaremos dentro del horno y tendremos la cena lista en 20 minutillos. ¡Y a precio de ganga!